Por Patricio Porta
Si un marciano le preguntara a Marcos Aguinis a qué se debe su cruzada,
contestaría indignado que su pobre patria es aquejada por una dictablanda que
se llama Cristina y se apellida Kirchner. Explicaría enseguida que Argentina es
tierra abonada para la emergencia de un autoritarismo que empobrece a los
argentinos, silencia a los medios de comunicación críticos y destruye las bases
del sistema republicano. Es el escenario perfecto para convocar a una
resistencia como la que se construyó en Francia cuando fue invadida por los
nazis. Porque hay algo que Aguinis no se anima a decir claramente: estamos en
guerra. Y en un estado de excepción, donde la normalidad ha sido perturbada por
el fascismo, todo vale.
Aguinis confía en que los ciudadanos pongan fin a un régimen que
paradójicamente llegó al poder por el voto popular y gracias a una mayoría
electoral. Son las reglas del juego democrático que tanto defiende. El problema
es que al kirchnerismo, un hecho maldito, lo percibe como un tipo de fascismo.
Un vicio de la democracia. Desde su concepción de hombre liberal, cualquier
gobierno que transgreda las rígidas estructuras republicanas para democratizar
la sociedad es un gobierno fascista. Es válido preguntarse qué pasa por la
cabeza de este escritor para llegar a identificar a CFK con Mussolini. Pero eso no parece preocuparle, porque al
fascismo hay que combatirlo de cualquier forma. Ese es el punto.
El problema es que en su confusión ideológica, Aguinis se pierde y
pierde al resto. Desde el Grupo Aurora, un think tank a la americana de corte
golpista, llama a la ciudadanía de buena conciencia a resistir pacíficamente.
¿Cómo? No pagando impuestos, por ejemplo. La estrategia es desfinanciar al
Estado controlado por populistas ladrones y demagogos. Sí, al parecer Aguinis
mutó de respetable liberal a un enfurecido anarquista libertario. Es difícil
definirlo a esta altura. Si fuera un buen ciudadano, un respetuoso de la
democracia, podría plantear una reforma impositiva para crear un sistema menos
regresivo. Sin embargo, lo que pregona es una destrucción total del Estado. Es
la única manera de terminar con los
fascistas. Pacíficamente, claro.
Este Vargas Llosa recargado peca de extremista. Su propuesta significa
un país sin colegios y universidades, sin medios de transporte, sin sistema de
salud, sin protección social para los más pobres. Un país sin nada. Un chiste
hasta para Milton Friedman y su colega peruano. Incluso Ronald Reagan y
Margaret Thatcher lo mirarían extrañados. ¿Una República sin Estado? Entonces
el problema no es ni el kirchnerismo ni ninguna otra fuerza política de nuestro
sistema multipartidista. Los planes de Aguinis sólo podrían convencer al
marciano que tuvo la desgracia de topárselo. Quizás sin advertirlo, está
incitando el odio que busca combatir en su guerra imaginaria.
Para su contienda, Aguinis busca reclutar a la ciudadanía. Aquellos que
están del bando de los fascistas no son ciudadanos. Son cómplices o receptores
de las migajas que el gobierno desparrama. Serán los ciudadanos, como los que baten
sus cacerolas al ritmo de la destitución y el insulto fácil y estéril, los que
salvarán a la República sin Estado. Con bravura libertadora exigirá que los
seguidores del fascismo se larguen o limpien sus culpas luego de la derrota.
Habrá un lugar subalterno para ellos en la patria que lo ilusiona. Como
extremista que es, en su guerra hay buenos y malos. El pueblo es el que paga
sus impuestos y los malos los que despilfarran esos aportes entre sus
seguidores. Aun así sería imprudente llamar fascista a Aguinis. Por respeto a
las víctimas reales del fascismo real.
El discurso de Aguinis está lleno de falacias. Mezcla fascismo,
populismo y kirchnerismo y apenas puede definir qué es cada cosa. Su oposición
al actual gobierno esconde su desprecio por el peronismo, que es el tema que
realmente lo inquieta. Cuando la política se torna reivindicación de los
excluidos y la democracia de masas se vuelve democracia popular es fascismo. Si
no es falaz, es simplismo puro y forzado. Acusa a un movimiento que enaltece la
alianza de clases de fomentar la división y el odio. Al parecer, la guerra que
libra Aguinis es contra un país que se pretende construir entre todos y no sólo
con y para algunos. No entendió el fascismo y menos aún el peronismo.
En los panfletos que ha publicado, y que se esmera en llamarlos ensayos
cuando no tiene más alternativa que reconocerlo, Aguinis compara a CFK con
regímenes belicistas y genocidas, como la Alemania nazi, y con dictaduras
africanas, como la de Robert Mugabe en Zimbabwe. Cuba y Venezuela son malas
palabras. El norte son los países de la región donde la educación es un bien de
mercado o los programas de los partidos políticos son casi idénticos, como
Chile y Uruguay. La Argentina ideal es aquella en la que cada cual se conforma
con lo que le toca en suerte y en la que los ciudadanos se hacen cargo de sí
mismos. En el universo Aguinis, cualquier proyecto colectivo es un desvío que
conduce al populismo, la antesala del fascismo.
Su sueño de una Argentina pre peronista forma parte de su incapacidad
para comprender que hay una patria sumergida en el subsuelo que nada tiene que
ver con el servilismo que él le atribuye. Como le cuesta caracterizarla y
reconocerle legitimidad política y ciudadana, la confunde con un subproducto
del fascismo que, en Argentina, lo ejercieron históricamente las dictaduras
cívico-militares. La basta chusma tonta e ignorante, además, es la que
garantiza la victoria electoral del populismo. La democracia pierde sentido y
evadir impuestos, que constituye un delito en Argentina y también en los países
escandinavos que tanto admira Aguinis, es la solución mágica. Si no se puede
contra los fascistas y sus votantes, habrá que amputarle los brazos al Estado.
Lo que Aguinis dice sin explicitarlo es lo siguiente: “argentinos
buenos, no fomenten la vagancia y no paguen con sus impuestos el pan dulce y la
sidra de los argentinos malos”. Para un hombre como él, los pobres son pobres
porque quieren y se conforman con la limosna estatal. No hay lugar para la
justicia social ni para la autodeterminación popular en su pensamiento. Aguinis
asocia la pobreza material con la concepción que algunos liberales tienen del
populismo. El peronismo otorgó un rol protagónico a los sectores populares en
la escena política. Las cabecitas negras enterraron la Argentina ilustrada que
Aguinis añora. Su torpeza consiste en desconocer la realidad y las aspiraciones
de quienes desestima. Es un sinsentido analizar Argentina como si fuera
Finlandia. Aguinis desconoce el país que habita. Es de aquellos que hablan (y
escriben) mucho porque saben y entienden poco.
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